Entrenamiento de cotorras argentinas para el Test del Espejo
- Roger Valls Martínez

- 15 nov
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 16 nov
En esta entrada quiero hablar de uno de los proyectos más motivantes y retadores que he llevado a cabo a lo largo de mi trayectoria profesional entrenando psitácidas.
El test del espejo
A mediados del año 2021, a través de la Asociación Avetropic, recibí un correo electrónico de una estudiante de último año de biología de la Universidad de León, Ana Poutás Arévalo. Tenía en mente llevar a cabo su trabajo de final de grado sobre cognición en psitácidas y, en particular, buscaba alguna entidad con la que pudiera realizar la prueba del espejo con un pequeño grupo de aves psitácidas de la misma especie.
El test del espejo, desarrollado en 1970 por Gordon G. Gallup Jr., es una prueba que evalúa la capacidad de reconocerse a sí mismo (su propia imagen) de un animal no humano, con lo que se pretende determinar el grado de autoconciencia de este. A grandes rasgos, el experimento consiste en exponer al animal a una imagen de sí mismo reflejado en el espejo para averiguar si, efectivamente, se reconoce o no en ella. Para ello, se pone un espejo a disposición del animal y se observa su comportamiento. Posteriormente, en una segunda fase del test, se marca visualmente al animal de tal forma que solamente pueda percibir el cambio en su aspecto a través del reflejo en el espejo. De este modo, si el animal se comporta de forma diferente a cómo lo estaba haciendo anteriormente, y ese comportamiento es consistente con el hecho de ser consciente de que es su propio cuerpo el que ha sido marcado (tocándose, rascándose…), entonces se estaría obteniendo una evidencia positiva de autoconciencia.
Planteando el experimento
Enseguida nos pusimos en marcha y acordamos realizar el experimento con cotorras de pecho gris, también llamadas cotorras argentinas (Myiopsitta monachus), las cuales, por su condición de especie invasora, sufren procesos de control poblacional que pocas veces tienen en consideración aspectos éticos. Así pues, dado que el grado de desarrollo cognitivo de una especie suele ser un punto a tener en cuenta a la hora de incluir criterios éticos en la toma de decisiones de este tipo de acciones medioambientales, creímos que trabajar con la cotorra argentina podría aportar información no solo interesante, sino también práctica.

Pero aunque en teoría parece un experimento bastante sencillo, no lo es tanto a la hora de ponerlo en práctica asegurando una metodología rigurosa desde un punto de vista científico. En primer lugar, se decidió realizar la prueba con 7 cotorras que vivían juntas en un recinto de algo más de 12 metros cuadrados: se trataba de un grupo bien consolidado, conformado por individuos maduros estrechamente vinculados entre ellos. Parte del experimento y, de hecho, lo que había que entrenar y de lo que yo me ocupaba, consistía en exponer a las aves a tres situaciones distintas individualmente, una por una (lo cual lo hacía mucho más complicado al tratarse de un grupo tan unido):
Situación de control: ante una tabla lisa y no reflectante.
Frente a un espejo.
Frente a un espejo, habiendo sido previamente marcadas con un rotulador en el pico.
Preparando las instalaciones
¿Para conseguir todo eso? Solamente contaba con unos 30 días. El reto era mayúsculo. Como preparativos para poder individualizar las diferentes sesiones con cada ave del grupo, dejé libre una instalación anexa (2,25x3 m) a la que ocupaban habitualmente las cotorras (4,5x3 m). Con la ayuda de algunos voluntarios del refugio, construí un pequeño pasillo de manejo de aproximadamente 45 cm x 45 cm de lado, por aproximadamente un metro y medio de longitud. La manga de manejo disponía de una puerta de guillotina horizontal a la entrada (recinto de origen) y una doble puerta abatible en la salida (recinto nuevo, de dimensiones algo más reducidas). A su vez, el pasillo estaba construido con malla y disponía de dos puertecitas de manejo que me permitían realizar ciertas acciones dentro de la propia manga, y algunas aberturas en la malla para poder ofrecer alimento fácilmente a las aves durante el entrenamiento. Piensa que se trataba de que las aves participaran de forma completamente voluntaria en el experimento, y que este fuera libre de estrés para ellas, con lo que tener la posibilidad de reforzar la conducta deseada y facilitar la habituación era clave en el proceso.
Además, instalamos paneles de policarbonato translúcido en las paredes que separaban el pasillo de los recintos, lo cual impedía que la cotorra que en cada momento estuviera realizando el ejercicio, fuera capaz de ver a las demás. Esta era una de las condiciones que debía cumplirse para el buen devenir del experimento. Lo hicimos con un material que permitiera la entrada de luz porque la luz solar accede precisamente del lado de los recintos, y consideraba importante que la parte de la manga de manejo no quedara demasiado oscura, para la tranquilidad de las aves. Otro cambio que vi necesario hacer en este sentido fue instalar una bombilla sobre la manga de manejo y, de hecho, lo hice pasados ya los primeros días de entrenamiento, cuando me apercibir de que la zona del pasillo todavía era demasiado oscura para las cotorras. Una vez instalada la bombilla, con más luz, su comportamiento cambió drásticamente y en sólo una sesión de entrenamiento ya pude ver una mejora sustancial en su confianza.
Desensibilizando absolutamente todo
En cuanto al proceso de entrenamiento: al principio de todo, la puerta de entrada les daba un miedo terrible, tanto por su tamaño como por el hecho de que se movía, por no mencionar que, además, daba acceso a un mundo totalmente desconocido para ellas. Le tenían pavor. Tuve que trabajar durante tres días en la desensibilización de la misma para lograr que se acercaran en grupo y se posaran en el umbral de la misma. Como recompensas utilicé semillas de girasol y panizo (utilizaba uno u otro en función del comportamiento que estuviera reforzando en cada momento), y la composición de su dieta habitual no fue modificada, más allá del ajuste de las cantidades para evitar desbalancear la dieta.

Cuando empezaron a entrar a la manga, empecé a trabajar en la desensibilización ante el cierre de la puerta. Las recompensas se suministraron ad libitum mediante un comedero lleno de semillas de girasol que ellos podían consumir libremente mientras yo cerraba progresivamente la puerta. Cuando logré cerrar la puerta por completo, abrí la puerta de salida del otro lado, dándoles acceso al recinto de salida. Una vez superado aquél punto, les empecé a colocar la dieta en el recinto de salida. De aquella forma, y durante unos pocos días, una vez completada la sesión de entrenamiento pasando conjuntamente a través del pasillo (entrada, cierre de la entrada, apertura de la salida, salida), tenían acceso a su dieta en esa nueva zona, aunque mantuve ambas puertas abiertas para que durante el día tuvieran la oportunidad de pasar de una voladera a otra a través de la manga por sí mismos. Creo firmemente (y, de hecho, esa fue mi intención) que aquello también les ayudó mucho en el proceso de habituación a pasar por ella.
Individualizando el comportamiento
La siguiente fase (para mí, la que fue la fase más difícil de todas con diferencia) fue individualizar la rutina que había establecido, puesto que era indispensable realizar el experimento con individuos en solitario. El reto era mayúsculo, dado que el vínculo entre las siete cotorras era muy estrecho (y sigue siéndolo a día de hoy, ¡aunque eso no viene al caso!), y exponerlos a una situación de separación visual pero no auditiva se convertía en algo muy difícil de gestionar. Cada vez que uno de ellos entraba en la manga en solitario y la puerta se cerraba, entraba en pánico, desencadenado tanto por sí misma como por la vocalización de alerta de sus compañeras al otro lado. Sin embargo, el trabajo diario y la perseverancia fueron dando sus frutos. Lo que estuve haciendo fue utilizar el target para que entraran y, cuando lo hacía uno de ellos, le recompensaba en un punto concreto de forma continuada mientras iba cerrando la puerta tras él con la otra mano. A continuación, y ya con la puerta cerrada, le indicaba con el target un avance progresivo a través de la manga por medio de la percha longitudinal que en ella había dispuesta, y recompensaba cada avance de pocos centímetros. Cuando llegaba al final, abría rápidamente la puerta de salida para que pudiera salir de forma inmediata y que el tiempo que pasara dentro de la manga, aislado, fuera lo más corto pero bien recompensado posible.

Trabajando en la permanencia
Lo siguiente, fue empezar a trabajar la permanencia al interior de la manga. Para el experimento necesitábamos que cada individuo pasara un mínimo de 10 minutos dentro de la manga, completamente sólo (también sin mi presencia), sin ponerse nervioso. Por tanto, y aunque al principio era yo el que suministraba los reforzadores, tenían que terminar obteniéndolos por sí solos. Para ello, instalé en la percha anexa a la puerta de salida (que era donde se iban a colocar la tabla de control o el espejo durante el experimento) un comedero que contendría el alimento que le serviría de reforzador a las aves durante el tiempo de permanencia en la manga.
Diariamente cronometraba y anotaba los tiempos de permanencia de cada individuo y, aunque cada uno progresaba a su ritmo (algunos se mostraban más tranquilos y durante más tiempo que otros), todos me sorprendieron positivamente cuando a los pocos días conseguí un avance muy notable. Al poco tiempo, empecé a instalar cámaras, alejarme de ellos durante la prueba y otros detalles, con el objetivo de emular las que iban a ser las condiciones del experimento y, contra todo pronóstico, todo parecía estar saliendo a pedir de boca. Y es que debo confesar que yo era el primer sorprendido de no haberme encontrado contratiempos ni imprevistos de ningún tipo, más allá de los normales en un plan de entrenamiento tan complejo.
Problemas y ¡más problemas!
Como es lógico, me fui encontrando con situaciones problemáticas que tuve que ir salvando; por ejemplo, me di cuenta de que cada vez que una de las cotorras (Rono) entraba a la manga de manejo y era encerrado, si su pareja (Mini) no había pasado antes por ella, se formaban unas tanganas terribles a la puerta de entrada con las cotorras que todavía quedaban por pasar. En consecuencia, Rono se ponía extremadamente nervioso dentro y no había forma de realizar el procedimiento en condiciones. Esto me sucedió en dos días consecutivos y decidí que, si volvía a pasar, abriría la puerta de entrada de nuevo para que Rono volviera al recinto de partida y daría la oportunidad a otros individuos antes que a él. Así lo hice y, por suerte, obtuve justo el resultado esperado: cuando sucedió, Rono salía, dejaba que otro entrara a la manga (generalmente lo hacía Mini) y, de este modo, no volvía a haber problemas. Con el paso de los días, incluso fueron capaces de decidir por sí solos que lo mejor era que Mini entrara antes que Rono, y así lo estuvieron haciendo a partir de entonces.
Y aunque estaba siendo capaz de solucionar todos los contratiempos que iban saliendo, cualquiera de aquellos traspiés suponía un retraso preocupante con respecto al planning que me había marcado, ya que el tiempo era muy justo (exactamente un mes) y cada día disponía de un número de sesiones de entrenamiento limitado: dos sesiones diarias al principio, cuando eran más cortas, y una única sesión a partir del momento en que empecé a trabajar en la permanencia, ya que cada una de ellas se alargaba bastante más.
Fase final: el marcaje
Era el día 27 del plan de entrenamiento y había logrado incrementar la permanencia de todas las cotorras en la manga, logrando entre 10 y 15 minutos en cada una de ellas. Disponía de solamente 3 días para entrenar la última fase del programa: que las cotorras, tras haber entrado en la manga y antes de poner en marcha el tiempo de espera, me permitieran que les hiciera la marca necesaria para poner en práctica el experimento. El marcaje sería con rotulador y, aunque la idea inicial era hacerla en la zona del cuello del ave para que no pudiera verla, se me antojaba difícil hacer la marca en las plumas con el rotulador permanente a través de la malla.
Así pues, dándole algunas vueltas se me ocurrió que podíamos marcar el pico a las aves, ya que era una zona de fácil acceso y marcaje, y en la que el entrenamiento podía ser muy sencillo. Solo hacía falta asegurarnos de que las psitácidas no eran capaces de ver su propio pico por sí mismas, sin la ayuda de su propio reflejo. Tras algo de investigación, encontré un artículo reciente titulado "Psittaciformes Sensory Systems" que resolvía algunas de nuestras dudas con la siguiente afirmación: “Because the eyes are positioned high on the sides of the head, a bird can only just see its bill tip” (G. R. Martin & R. O. Martin, 2021). A continuación, Ana se puso en contacto con uno de los autores, el profesor Graham R. Martin, que muy amablemente tuvo a bien confirmar lo que habíamos leído en su paper. Tiene todo el sentido del mundo, de hecho, que las psitácidas sean capaces de ver únicamente la punta de su pico y no las demás superficies del mismo y, para nuestra fortuna, eso me permitía hacer la marca, por ejemplo, justo en medio de este.

Dediqué los últimos 2 días del plan, tras haber resuelto la duda a entrenar el marcado del pico: antes de iniciar el periodo de permanencia, les indicaba con el target que se acercaran al borde de la malla, donde sostenía el rotulador. A medida que se acercaban, recompensaba dicha aproximación para a continuación, reclamarles otra aproximación hasta que ellos mismos fueran los que contactaran con la punta del rotulador con el pico. Ahí, yo les marcaba mientras les ofrecía reforzadores continuamente y, una vez estaban convenientemente marcados, empezaba la fase de permanencia de 10-15 minutos.
Y llegó el día, por fin...
Finalmente llegó el día de inicio de los experimentos, que iban a alargarse durante varias jornadas consecutivas. Y lo cierto es que todo salió a pedir de boca; a la hora de la verdad las cotorras respondieron de diez y durante los experimentos replicaron la conducta mostrada en los últimos días del plan de entrenamiento a la perfección.
A nivel profesional, me llena de orgullo haber sido capaz de organizar y gestionar algo tan complejo como lo fue aquél proyecto, más aún teniendo en cuenta el poco tiempo del que dispusimos. Y qué decir de aquellas siete cotorritas: me demostraron una vez más que las cotorras argentinas son seres sumamente complejos y sensibles, pero también increíblemente inteligentes y con una capacidad de adaptación difícil de igualar.
Aprovecho este post para agradecer a Ana y a la Universidad de León por haber confiado en mí y en Avetropic para desarrollar este proyecto y, por supuesto, a Noe por haberse ofrecido y haber sido capaz de reemplazarme en todo lo que tuve que dejar de hacer durante aquél mes de diciembre de 2021.
Una vez más, muchas gracias por leerme 🙂
Roger Valls Martínez
P.D.: Por si puede interesarte, te dejo la memoria del trabajo de fin de grado de Ana para que puedas leerlo con detenimiento:






Qué maravilla! 💜 Sabía que lo habías hecho, pero es increíble todo el proceso. Son unos seres fascinantes! 😍 Me falta saber más sobre el resultado, pero leeré la memoria 😉
¡Muchas gracias, Roger! Estaba deseando leer este artículo 🙌🏻💚💚💚