Criando y liberando un grupo de periquitos bronceados a la naturaleza
- Roger Valls Martínez
- hace 5 días
- 7 Min. de lectura
Hace poquito, mi equipo y yo hemos tenido la increíble oportunidad de rehabilitar a un grupo de periquitos bronceados y acompañarlos hasta su liberación. Desde los pocos días de edad hasta que han sido liberados algunos meses después, hemos sido capaces de llevar a cinco de estos pequeños hasta la naturaleza a la que pertenecen.
La llegada. ¡Unas crías diminutas!
Una cría de periquito bronceado (Brotogeris jugularis) nos llegó al centro la mañana del 20 de marzo. Un vecino (supuestamente, ¿verdad?, uno nunca sabe si lo que le cuentan es totalmente verídico) la había encontrado en el suelo esa misma mañana, caída del nido. Cuatro días más tarde, nos encontramos con una situación similar, pero esta vez no era uno, sino cuatro polluelos de la misma especie. Y eran todavía más pequeños.


En todos los casos, estimamos la edad de las crías en base a su morfología. Al primero le calculamos unos 15 días de edad, ya que tenía los ojos abiertos, empezaban a crecer los primeros cañones de las plumas en espalda, alas, cola y cabeza, y era capaz de mantenerse incorporado. A los otros, todavía con los ojos cerrados, completamente desnudos y sin capacidad alguna para sostenerse erguidos, les calculamos entre 4 y 9 días de edad, siendo todos ellos hermanos de la misma nidada.
Así pues, teníamos a nuestro cuidado cinco crías de Brotogeris jugularis de 4, 6, 8, 9 y 15 días de edad (estimada) a las que criar y rehabilitar, con el objetivo de reintroducirlas en su hábitat natural.
La crianza: más ciencia de lo que parece
De entrada, mantuvimos al primero de ellos separado de los demás para minimizar el riesgo de transmisión de cualquier enfermedad. A los otros, que llegaron juntos, los marcamos desde el principio con esmalte de uñas para poder identificarlos entre sí. Aunque al inicio se diferenciaban bien por tamaño y desarrollo, en cuanto uno de ellos redujera su ritmo de crecimiento, podía confundirse con otro. Y lo que es peor: ¡ese enlentecimiento podía pasar desapercibido! Así fue como quedaron sus nombres: Big (por ser el más grande), White, Black, Green y Red.

Lo siguiente era establecer un protocolo de crianza que garantizara su correcto desarrollo, minimizando el contacto con los seres humanos (es decir, con nosotros, sus cuidadores). Durante una tarde me dediqué a investigar otras especies con biología similar y protocolos de crianza exitosos. Finalmente, adopté como punto de partida un trabajo de Petzinger, Heatley y Bauer (2015) sobre curvas de crecimiento en cotorras argentinas (Myiopsitta monachus) alimentadas a mano, que consideré perfectamente aplicable a nuestra especie. Ambas pertenecen a la familia Psittacidae, son pequeños pericos originarios del continente americano, con biología similar y una dieta herbívora generalista comparable, basada principalmente en frutos, semillas y flores.

El protocolo establece cuatro rangos de edad, en los cuales se ajusta el número de tomas diarias a medida que los animales crecen. También indica la densidad calórica recomendada para cada etapa y la cantidad de alimento por toma, en función del peso vivo. A partir de estos datos, y asumiendo necesidades calóricas equivalentes por unidad de peso entre ambas especies, calculé cuánto alimento debía ofrecerse por toma a cada ave, según su peso y el número de tomas diarias indicadas por el protocolo. Creamos una hoja de cálculo que actualizaba automáticamente la edad de cada animal y nos indicaba el número de alimentaciones y la cantidad correspondiente en cada caso, en función del peso corporal registrado manualmente cada mañana.

El programa también considera las características de la fórmula utilizada. No es lo mismo que un animal ingiera 10 mL de una fórmula de 0,3 kcal/mL que de una de 0,8 kcal/mL: esta última aporta más del doble de energía, lo cual influye directamente en el desarrollo. Por ello, la hoja de cálculo incluye los datos del producto usado, su densidad calórica y las proporciones empleadas según la edad del animal.

Con este sistema, todo el equipo de cuidado animal podía seguir el mismo protocolo de forma consistente, actualizando solo el peso diario. Ahora solo quedaba ponerlo en práctica y monitorear el desarrollo de los pequeños a lo largo del proceso.
Monitoreo del desarrollo de las crías
Llevar un control del desarrollo de los pichones es fundamental, especialmente cuando se trata de grupos criados juntos, ya que permite comparar fácilmente su evolución. Pero no es su único beneficio. Registrábamos a diario el peso de cada ave, además de variables como la actitud en cada toma, la cantidad de fórmula ofrecida (según el programa) y la cantidad realmente ingerida. También anotábamos eventos importantes: cambios en el manejo, hitos del comportamiento (inicio del consumo de alimento sólido, primer intento de vuelo, reducción de tomas, etc.).

Registrar todas estas variables nos permitió interpretar día a día el progreso de cada animal y actuar de forma rápida y fundamentada para optimizar el proceso de crianza. Además, generamos una base de datos valiosa para futuras rehabilitaciones, aprendiendo de nuestros propios aciertos y errores.

El crecimiento físico se monitoreó diariamente en términos de peso, desde su llegada hasta los 45–60 días de edad (según el individuo), momento en que fueron trasladados desde los kennels en la guardería a su recinto de preliberación. Con estos datos, elaboramos curvas de crecimiento individuales y, finalmente, una curva promedio para la especie, que nos servirá de referencia en futuras crías manuales de Brotogeris jugularis.

El recinto de preliberación
A medida que las crías (ya más bien juveniles) crecían, decidimos qué recinto usar para prepararlas para su liberación, que sería en formato hard-release. Descubrimos que ninguno de los recintos del centro era adecuado: la malla era demasiado ancha y permitiría su escape.
Nos pusimos manos a la obra con tiempo y presupuesto limitados para construir un nuevo recinto. Compramos listones de madera, tornillos, grapas, malla galvanizada, bisagras y todo lo necesario para construir un recinto de 3x2 m, donde las aves tuvieran espacio para ejercitarse, socializar y prepararse para la vida en libertad.
En un par de semanas, con la ayuda de voluntarios y asistentes (¡gracias a todos!), terminamos un recinto de 6 m² y 2,2 m de altura. El suelo se dejó de tierra, pero colocamos bloques de hormigón en todo el perímetro para evitar la entrada de depredadores excavadores. También cubrimos el primer metro de las paredes con sábanas grapadas a la estructura (¡low cost, pero efectivo!) para evitar ataques a través de la malla. El techo lo cubrimos con chapa ondulada y añadimos canaletas para evitar encharcamientos. Construir recintos en la selva no es tarea fácil.



Para minimizar el contacto humano, cubrimos con malla opaca los lados más expuestos y frecuentes. En uno de esos lados instalamos una pequeña trampilla con un soporte a medida, que nos permitía alimentar a las aves sin entrar al recinto ni ser vistos por ellas.
Una vez instaladas, implementamos un protocolo de cuidado simple, de mínimo contacto, que aseguraba su monitoreo básico y un entorno adecuado para su desarrollo:
6 a. m. (con luz solar): Alimentación y agua en bandeja a través de la trampilla. Luego, revisión de los animales.
6 p. m. (sin luz solar): Entrada al recinto con linterna frontal para colgar brochetas (una por ave) con frutos silvestres como mango, papaya, carambola o melina, para el día siguiente. Retiro de hojas viejas, colocación de hojas frescas. Rastrillado del suelo una vez por semana.
Con este protocolo de intervención mínima, logramos que en poco tiempo los periquitos estuvieran preparados para volver a la vida silvestre. No veían ni interactuaban con humanos, contaban con espacio suficiente para practicar el vuelo, convivían con un grupo relativamente numeroso de conspecíficos, y su entorno ofrecía ramas, hojas y frutos silvestres de las especies que encontrarían en libertad. Tras varias semanas de monitoreo del desarrollo físico y comportamental, llegó por fin el día de la liberación.


¡La vida os da una segunda oportunidad, disfrutadla!
Casi tres meses después de su llegada al centro, los periquitos fueron liberados, con aproximadamente tres meses de edad. Buscamos una ubicación que cumpliera con tres condiciones:
Lejos de núcleos urbanos, para evitar riesgos de captura.
Con presencia confirmada de poblaciones salvajes de pericos, para favorecer la adaptación.
Con fuentes naturales de alimento ya conocidas por ellos.
El lugar seleccionado fue el Refugio Romelia, en una zona costera y aislada de Montezuma. El acceso requería una caminata exigente de casi una hora desde el pueblo más cercano. El área contaba con abundancia de mangos (Mangifera indica) en fructificación, que servirían como fuente de alimento ya reconocida por los periquitos. Además, en la zona se habían identificado frecuentemente poblaciones silvestres de periquitos bronceados, lo que aumentaba las posibilidades de integración del grupo liberado en una población natural establecida. Por último, y como colofón, la reserva está gestionada por personas amigas del centro (¡saludos Jacob!), comprometidas con la conservación, lo que nos garantizaba que monitorearían sin intervenir, en caso de ver a los periquitos tras la liberación (cosa que, afortunadamente, nunca sucedió).

Aunque es difícil, en el siguiente vídeo puedes ver a dos de los periquitos una vez liberados (ponlo en modo "pantalla completa"):
Estoy profundamente satisfecho con el trabajo realizado por todo el equipo. Ha sido un proceso exigente, pero muy fluido, en el que mantuvimos el control del desarrollo de los animales durante toda la rehabilitación. Ahora solo nos queda desearles la mejor de las suertes y alegrarnos por haber podido ofrecer una segunda oportunidad a seres tan increíbles como ellos.
Espero que esta entrada te haya resultado interesante, que hayas disfrutado leyéndola y, como siempre, te animo a dejar cualquier comentario, pregunta o sugerencia en la sección de comentarios más abajo. ¡Nos leemos en la próxima!
Roger Valls Martínez
BIBLIOGRAFÍA
Petzinger, C., Heatley, J., & Bauer, J. (2015). Growth curves and their implications in hand-fed Monk parrots (Myiopsitta monachus). Veterinary Medicine: Research and Reports, 6, 321–327. https://doi.org/10.2147/VMRR.S73804
Qué maravilla! Impresionante la foto de la serpiente en el techo! Y me encantan los guantes costumizados!