Un tema controvertido, el de las especies exóticas invasoras (EEI). Hay quien ni siquiera le gusta el término por considerarlo ofensivo con los propios animales a los que hace referencia. Otros, por el contrario, son partidarios de exterminarlos sin piedad. A pesar de que no me voy a meter en estos jardines, por lo menos de momento, es un tema que me parece interesante y es el que he decidido tratar hoy en esta entrada. ¡Vamos allá!
¿Qué es y qué hace una especie invasora?
Desde el punto de vista de la ecología, las especies invasoras son aquellas especies (animales, plantas, hongos y cualquier otro ser vivo) cuyos organismos han sido introducidos en áreas fuera de su rango de distribución natural y son capaces de establecerse y dispersarse en la nueva región.
Estas especies de nueva introducción tienen, por lo general, la capacidad de alterar los ecosistemas que ocupan, dado que estos pueden carecer de mecanismos para regular la población de la especie recién llegada de forma efectiva y, además, pueden agregar nuevas presiones al ambiente que los organismos autóctonos no sean capaces de enfrentar. Algunas de las principales amenazas que potencialmente supone la introducción de una especie animal exótica en un ecosistema son las siguientes:
Competencia por recursos: Las especies invasoras a menudo compiten con las especies nativas por recursos como alimento, agua y espacio. Esta competencia puede resultar en la disminución de las poblaciones de especies autóctonas y, en casos extremos, derivar en la extinción local de estas especies. El Visón americano (Neogale vison) introducido en la Península Ibérica, por ejemplo, compite (y suele salir victorioso) con el Visón europeo (Mustela lutreola) por el alimento y el territorio.
Alteración del hábitat: Al establecerse y multiplicarse en nuevos entornos, las especies invasoras pueden alterar físicamente los hábitats locales. Esto puede cambiar la estructura y composición de los ecosistemas, afectando la disponibilidad de hábitats críticos para otras especies. Un ejemplo es el Mejillón Cebra (Dreissena polymorpha), introducido en muchas partes del mundo. Este forma densas colonias sobre todo tipo de superficies sumergidas, ocupando dichas áreas y dificultando o imposibilitando la posibilidad de anidar, refugiarse o alimentarse a especies autóctonas de peces y otros moluscos, entre otros.
Depredación: Algunas especies invasoras animales actúan como depredadores eficientes de las especies nativas, lo que puede tener efectos devastadores en las poblaciones locales. Esto puede afectar a la fauna, incluyendo mamíferos, aves, peces y otros organismos. Por ejemplo, las ratas (Rattus spp.) introducidas en Nueva Zelanda han tenido un impacto significativo al depredar los huevos y las crías de Kakapo (Strigops habroptila), contribuyendo gravemente a la disminución de sus poblaciones, ya que, al tratarse de un loro no volador y nocturno, es especialmente vulnerable a ello durante su reproducción.
Transmisión de enfermedades: Las especies invasoras pueden introducir y transmitir enfermedades a las especies autóctonas que no tienen resistencia natural a esas enfermedades. Esto puede resultar en brotes de enfermedades que afectan a las poblaciones nativas. El hongo BD (Batrachochytrium dendrobatidis), por ejemplo, que es originario de Sudáfrica, fue exportado a prácticamente todo el mundo a través del tráfico de ranas de uñas africanas (Xenopus laevis) en la década de los años 30. Este patógeno, causante de una enfermedad denominada quitridiomicosis, se mantenía estable entre las poblaciones silvestres de esta rana, pero al dispersarse, ha terminado provocando el mayor declive de anfibios a nivel mundial que se conoce.
No todas las invasiones son iguales
Algo que es importante entender, es que estos efectos perniciosos no pueden atribuirse de forma transversal a absolutamente todas las especies invasoras o potencialmente invasoras. Cada especie lleva asociadas características diferentes y, por tanto, el potencial invasor de cada una, así como sus efectos ecosistémicos, no serán los mismos en todos los casos.
Asimismo, las condiciones ambientales son determinantes a la hora de permitir la adaptación, el establecimiento, la reproducción y la dispersión de los individuos de cada especie. Una serpiente de clima tropical jamás lograría adaptarse a las condiciones climatológicas de una zona rural centroeuropea y, por tanto, su potencial invasor en dicho enclave es nulo. De la misma forma que a una especie de ave que anida en oquedades en los troncos de los árboles le sería sumamente difícil reproducirse (y, por tanto, establecer sus poblaciones a largo plazo) en un entorno sin árboles o con vegetación predominantemente arbustiva.
A todo esto hay que decir también que hay especies más adaptables que otras, y casos en los que una especie puede encontrar nuevas oportunidades alternativas a las que les ofrecería su región nativa, por lo que no hay nada seguro cuando una especie foránea es introducida en un determinado lugar.
El tamaño (de la población) sí importa
Y parafraseando a Paracelso, de la misma forma que “el veneno lo hace la dosis”, el efecto de una especie introducida en un determinado ecosistema lo hace el tamaño de la población de dicha especie. Explicado con un ejemplo: los pocos centenares de cotorras argentinas (Myiopsitta monachus) que habitaban las ciudades de Madrid o Barcelona allá por los años 80, posiblemente no suponían problema alguno para nadie, tampoco para la biodiversidad ni los ecosistemas urbanos y periurbanos de la región. Sin embargo, a día de hoy, contando ya con algunas decenas de miles de individuos en cada una de las dos ciudades, los perjuicios ecosistémicos que pueden suponer ya pueden, por lo menos, intuirse (aunque todavía no han sido demostrados científicamente ).
Relación con el humano y nuestra actividad
En cualquier caso, la otra problemática comúnmente derivadas de la introducción de nuevas especies es la afectación a la actividad humana, especialmente cuando la proliferación de la especie se da en ambientes antrópicos, como las ciudades o las áreas agrícolas. Como decía, comúnmente el crecimiento poblacional de las especies invasoras es muy rápido y alcanza tamaños y densidades de población que se salen de la normalidad. Por ello, en aquellos entornos en los que coexisten con el ser humano son mucho más susceptibles de causar daños, molestias o problemas de toda índole que las especies autóctonas que, por lo general, cuentan con una representación más modesta desde un punto de vista cuantitativo.
Dicho esto, en mi opinión personal creo que no deberíamos satanizar a estas especies que, lejos de ser culpables de algo, representan el éxito adaptativo a nuevos entornos después de haber sido dispersadas en contra de su voluntad hacia lugares remotos del planeta. En futuros post hablaré de algunas especies más en concreto (de aquellas con las que he trabajado y que conozco bien), de dinámica de poblaciones, de métodos de gestión de estas especies y de mucho más relacionado con todo este asunto.
Espero que te haya parecido interesante, ¡nos leemos en el próximo!
Roger Valls Martínez
Súper bien explicado! Gracias!